Recuerdo aún el olor a hierro denso, pólvora negra y sulfuro.
Cuatro fotos, del hombre que quise ser, y me percaté a tiempo, que no valía la pena el sacrificio en el cuerpo.
Que el dinero, por bueno que fuera, no valía los ataques de pánico, la adrenalina y la experiencia de otros, que aún más quebrados que yo, carecían de ese brillo y voluntad de vivir que caracteriza a aquellos que viven sin el incesante miedo a dejar de ser.
Dañé, pero sobreviví a aquel que pudieron hacerme otros...
A costas justamente, del bienestar de estos otros.
Las heridas quedan en la psiquis, casi ninguna en el cuerpo, pero supieron marcar a capa y espada mi actual personalidad y temple.
Que ya no esté con ustedes no quiere decir que los haya olvidado.
Ahora solo queda el recuerdo de esa foto digital en papel análogo para el recuerdo.