Han sido ya 48 horas.
Y estragos en mi ser… no hay.
Si, extraño sentirme acompañado, extraño
a Guille, extraño a muchas personas más.
Pero si de algo ha servido este tiempo en
casa, es para aprender a reconocerme, recordar que llegamos por voluntad
propia, permanecemos por obstinación, pero nos vamos por voluntad del tiempo.
Inalterable, inalienable, y que más sabe
por constante que por longevo, que es todo relativo a la métrica con que se
mida la vida.
No es para un bebé, vida si durante esta
no puede desarrollarse como individuo.
No es para un joven, vida si mientras la
tiene… está normado por sentimientos complejos -al menos para aquel individuo-
y que no comprende ni se detiene demasiado a evaluar.
No es vida para un adulto, el que a raíz
de estas dos primeras etapas su adultez esté supeditada a una vida de
reacciones que fueron adquiridas y concebidas cuando aún no sabían cómo controlarlas
-y en varios casos inclusive no sabían cómo reaccionar a ellas-.
Es así que el ya adulto, logra entre
vaivenes ser un ser humano “funcional” dentro de los limitados parámetros que
le permitió su crecimiento.
… A ratos me perturba saber qué clase de
trauma le estamos pasando a nuestros niños.
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